Hijos Sanos y con Autonomía
Estamos en Uruguay de vacaciones; dentro de los numerosos compromisos sociales, en una agradable, descontraída y amigable cena, escucho, así, de repente, de un interlocutor de 29 años: ¨Nosotros somos de la generación que odiamos a nuestros padres…¨. Soltó de repente, sin anestesia. La frase desde el inicio me hizo abrir grandes los ojos, y disparó mi asombro por múltiples y distintos motivos.
El primero y principal, porque tengo un hijo de 22 años y, por supuesto que además de no sentirme merecedora no me gustaría en lo más mínimo que sintiera odio, menos aún contra sus propios padres. El segundo motivo es que he sido hija y puedo prometer que todos los días, por una u otra razón, hay alguna cosa que me lleva a ellos con el común denominador de la Gratitud y el Amor. Y el tercer motivo es porque el odio es un sentimiento que NO elijo para mi vida, para nadie; no lo merezco.
Entonces, ¿cómo unir ese sentimiento que no elijo y, asimismo, ligarlo a personas entrañables por las que tengo profundo respeto? ¡Imposible!
Continué escuchando un buen rato al interlocutor de referencia, esperando el momento en que se retractara; pero ese momento no sólo no llegó sino que, ante mi asombro, duplicaba con sus decires la apuesta. Hice una pausa reflexiva y, desde mi lugar profesional, empecé a pasar lista en mi memoria de tantos casos, personas e hijos, que palabra más, palabra menos, compartían sentimiento parecido: “el odio hacia los padres”.
En la mayoría de los casos, el denominador común incluye que son hijos de padres que han “venido” de abajo, pero con esfuerzo y con trabajo, en la actualidad han conseguido un patrimonio que, entre otras cosas les da orgullo. Son hijos de la abundancia, en contraste a padres que han tenido alguna necesidad no cubierta. Hijos que no han transitado el “camino del hacer”, como lo han recorrido sus padres. Piensan que las cosas son fáciles, instantáneas y lo quieren todo ¡YA!.
Desvalorizan el “hacer” de sus progenitores y sentencian: ‘No saben nada”, “Tiene que vender todo”, “Tiene que disfrutar la vida”, “Tiene que dedicarse a viajar”, “Tiene que disfrutar el dinero”…”Ya trabajó bastante o demasiado”…y mil cosas, siempre en ese rumbo.
Y suelen dar consejos desde un supuesto lugar de saber, “como si” aún a temprana edad “estuvieran de vuelta”. Y también suelen quedarse con la “ñata contra el vidrio” con ganas, sueños, deseos y proyectos en el camino, con lo que harían si estos padres soltaran el mando, el poder y el dinero. Y mientras, juegan a “las estatuas”; y en vez de arremangarse y salir tras sus sueños, perpetúan la crítica y la queja.
Escuché en sesión a quien podría encabezar y ser el Presidente de “hijos que odian a sus padres” para felizmente y con terapia de por medio, podrían encabezar el “Movimiento Hijos que hacen y pueden ir más allá, honrando el lugar de sus ancestros”.
Lo saludable es, sin desprestigiar el “hacer” de nadie, enfocarse en los propios recursos y desplegarlos; y se trata de “poder ir más allá” que los propios padres, entre otras cosas, porque hoy disfrutan el lugar en que están gracias al camino que hicieron ellos…
Claro que para poder diferenciarse y tomar el propio camino, los hijos deben tomar distancia de los padres, bajarlos de héroes; pero de ahí a odiarlos… Pero ese odio es directamente proporcional a la Resistencia…”mi padre podría darme…..tal o cual….y yo así estar mejor”… Se refieren a un “Darme” que lo sienten como un derecho adquirido por el sólo hecho de “ser el hijo de”, “me corresponde” sin tener en cuenta que sus padres están con vida, vivitos y coleando, con deseos y proyectos, en momentos donde la expectativa de vida aumenta considerablemente. Momentos en que los padres se encuentran disfrutando lo conseguido y la libertad de hacer con su dinero y patrimonio lo que deseen, en ejercicio de su total autonomía; que, si fuera el caso, incluye hacer malos negocios.
Y estos hijos, juegan a las “Estatuas”. Y esperan y esperan a que “les den lo que creen y defienden que les corresponde”, y así se les pasa la vida y los proyectos. Nadie puede negar el placer que incluye el “Dar a los hijos”. Pero a cierta edad, es “Dar lo que deseo” y puedo decir ante un pedido. “SI” o “NO”; si sólo cabe el Sí, es exigencia. Hijos que pretenden casa, auto, disponibilidad de dinero, seguro de salud, tecnología, viajes, y la lista sigue. Y padres que, además, deben sostener ese mismo circo que generaron y, de este modo, perpetuar la dependencia. Padres que desde la culpa aceptan, dan, financian, entregan y así el círculo se hace cada vez más complejo;,y el conceder para aplacar, cada vez pide más. Y ante cualquier amague de límite o retirada de los padres, el castigo y la condena incluye la indiferencia, el desplante, en llamados o en persona, y hasta el “no te veo nunca más”. Y la certeza de que “ojalá se muera”, como única ilusión a sus deseos.
Señoras y Señores cualquier parecido con su realidad, la de vecinos o amigos, no es pura coincidencia: son los hijos adultos que muchos supieron conseguir .
Cabe preguntarnos: ¿son las personas que deseo se conviertan mis hijos? ¿Son los adultos comprometidos y responsables que deseo dejar al mundo? Nuestra responsabilidad como padres es mucha. ¿Cuál es el modelo y material ideológico que como padres ofrecemos? Son hijos tallados en un contexto donde se les escatima el esfuerzo, el trabajo, la entrega, el compromiso con el otro y con la sociedad. Donde no avanzan en la autonomía y tampoco en la independencia económica. No son adultos responsables. Son adultos que han tenido infancias y adolescencias maravillosas… pero son adultos deprimidos y con cero autonomía.
Cuando se les soluciona a los hijos “todo” o “demasiado”, se los priva de un aprendizaje precioso, de puertas que se abren y otras que se cierran, de sabores y sin sabores propios de quienes se abren a más y sueltan miedos, y se privan de desplegar funciones yoicas necesarias en adultos responsables que se hacen cargo de su vida. Nos guste o no, en esto tenemos mucho que ver los Padres.
Medio: La hora de Jamundi
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